Imaginemos un mundo en el que el desarrollo sostenible prospera, los ecosistemas florecen y la salud mundial está protegida. En el centro de esta visión se encuentra la bioseguridad, una piedra angular del progreso; vital, pero a menudo olvidada. Desde prevenir la propagación de enfermedades hasta proteger la biodiversidad y garantizar la seguridad alimentaria, he aquí por qué la bioseguridad es una fuerza motriz positiva como ninguna otra.
En el mundo interconectado de hoy, la bioseguridad sirve de estrategia proactiva para el desarrollo sostenible. Esto es lo que hay que saber al respecto. La bioseguridad es la ciencia y la práctica de salvaguardar vidas y medios de subsistencia reduciendo las vulnerabilidades de los ecosistemas biológicos. Utiliza un enfoque multidisciplinario para gestionar las amenazas biológicas que afectan a los animales, las personas y el medio ambiente.
La bioseguridad es fundamental para proteger los sistemas de salud humana, animal y vegetal, garantizar la seguridad alimentaria y fomentar el crecimiento económico. Con las crecientes presiones de la globalización, el comercio internacional, los viajes por todo el mundo y el cambio climático, la necesidad de marcos sólidos de bioseguridad nunca ha sido tan urgente.
La bioseguridad desempeña un papel crucial en salvaguardar la salud y el bienestar de los animales, lo que a su vez protege la salud pública y sostiene los sistemas agrícolas. Enfermedades como la gripe aviar y la peste porcina africana ponen de manifiesto las devastadoras consecuencias de no prevenir la propagación de enfermedades zoonóticas.
Sin embargo, unas medidas de bioseguridad eficaces pueden garantizar que el ganado y la fauna salvaje estén protegidos de los patógenos invasores, mientras que unos sistemas veterinarios sólidos y unos mecanismos fiables de notificación de enfermedades permiten responder con rapidez a las amenazas emergentes.
El impacto positivo de la bioseguridad en la salud pública es igualmente crítico. Más del 70% de las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son zoonóticas, lo que significa que se originan en los animales. La pandemia de COVID-19 puso de relieve cómo las lagunas en bioseguridad pueden perturbar las economías mundiales, poner a prueba los sistemas sanitarios y costar millones de vidas.
En la agricultura, la bioseguridad es indispensable para prevenir la introducción y propagación de plagas y enfermedades que devastan los cultivos y el ganado. Desde las nubes de langostas en África hasta el gusano cogollero que se extiende por los continentes, estas amenazas ponen en peligro la seguridad alimentaria y los medios de subsistencia de millones de personas. Para los pequeños Estados insulares en desarrollo (PEID), que ya se enfrentan a vulnerabilidades únicas, lo que está en juego es aún mayor; su dependencia de las mercancías importadas aumenta la exposición a los riesgos de bioseguridad, mientras que los limitados recursos repercuten negativamente en su capacidad para organizar respuestas eficaces. La introducción de especies exóticas invasoras puede suponer la ruina para la sanidad animal y la producción alimentaria nacionales.
El comercio internacional y la bioseguridad están estrechamente relacionados. La globalización de los mercados exige normas estrictas para garantizar un comercio seguro y sostenible. El incumplimiento de estas normas puede dar lugar a prohibiciones comerciales, pérdidas económicas e interrupciones de las cadenas de suministro.
El turismo, otro sector económico vital para los PEID, presenta su propio conjunto de retos de bioseguridad. El movimiento de personas y mercancías a través de las fronteras aumenta el riesgo de que se introduzcan especies exóticas invasoras y patógenos en ecosistemas frágiles. Para las economías del Caribe, el Pacífico y el Océano Índico que dependen del turismo, la protección de estos ecosistemas no sólo consiste en salvaguardar la biodiversidad, sino también en garantizar la resiliencia económica.
El cambio climático añade una dimensión alarmante a los riesgos de bioseguridad. El aumento de las temperaturas y los cambios en el régimen de precipitaciones han facilitado la propagación de enfermedades transmitidas por vectores a nuevas regiones, como la malaria y el dengue en Europa y Norteamérica. Mientras tanto, las especies invasoras están encontrando condiciones hospitalarias en regiones donde antes no podían prosperar, amenazando los ecosistemas y la seguridad alimentaria.
A pesar de estos retos, las soluciones innovadoras ofrecen esperanza.
La tecnología es una herramienta poderosa en la gestión de la bioseguridad
La inteligencia artificial y el análisis de datos se están utilizando para predecir brotes de enfermedades y mejorar los sistemas de vigilancia. En Barbados, el Ecosistema Comercial de Datos de Inteligencia Artificial Resiliente al Clima (CREAIT, por sus siglas en inglés) sirve de modelo de cómo las soluciones basadas en datos pueden reforzar los marcos de bioseguridad aprovechando los datos relacionados con el comercio (orientados al código de barras). Herramientas como los drones y los sistemas de información geográfica (SIG) se emplean cada vez más para vigilar la propagación de especies invasoras, proporcionando datos en tiempo real que informan la toma de decisiones.
Los enfoques comunitarios también son muy prometedores
La participación comunitaria es crucial para fomentar la concienciación y capacitar a las poblaciones locales para informar y gestionar los riesgos de bioseguridad. Las campañas educativas adaptadas a comunidades específicas pueden desmitificar la bioseguridad y subrayar su importancia, sobre todo en zonas muy dependientes de la agricultura y el turismo.
El marco «Una sola salud» ofrece un enfoque holístico de la bioseguridad al integrar los sectores de la salud animal, humana, vegetal y medioambiental. Esta colaboración interdisciplinar ha contribuido a abordar complejos retos de bioseguridad. Las estrategias de gestión integrada de plagas, por ejemplo, reducen la dependencia de los pesticidas químicos al tiempo que fomentan el equilibrio ecológico. Del mismo modo, iniciativas como «Grass to Gas», que convierte la vegetación en biometano, abordan el problema de los terrenos cubiertos de maleza que sirven de caldo de cultivo para vectores de enfermedades, contribuyendo tanto a los objetivos de bioseguridad como a los de energías renovables.
La colaboración internacional sigue siendo clave para una bioseguridad eficaz. Organizaciones como la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) desempeñan un papel fundamental en la coordinación de los esfuerzos mundiales, el intercambio de conocimientos y el fomento de asociaciones entre naciones.
La bioseguridad es un imperativo mundial que afecta a todos los aspectos del desarrollo sostenible. Protege la salud, asegura los sistemas alimentarios, fomenta la resiliencia económica y preserva la biodiversidad y los ecosistemas.
Mientras el mundo sigue enfrentándose a las crisis superpuestas del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, invertir en bioseguridad ya no es opcional, sino esencial.
Si adoptamos soluciones innovadoras, fomentamos la colaboración y adoptamos el enfoque «Una sola salud», podremos construir sistemas resilientes que protejan tanto a las personas como al planeta. Ha llegado el momento de actuar.
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